miércoles, 26 de noviembre de 2008

A caballo por tierra de gigantes


Una mañana de marzo tres amigos y cinco caballos iniciamos nuestra travesía en Ramos Mexia, uno de los tantos pueblos de la Linea Sur abandonados a su suerte, atravesado por el viento y las vias del ferrocarril, el cual, a principios del siglo veinte trajo la ilusión del progreso a sus habitantes. Con la vista clavada en el infinito horizonte de esta tierra de gigantes, nuestra meta era rodear la margen oeste de la gran meseta de Somoncura rumbo al sudoeste, recorriendo unos 500 kilómetros hacia las montañas que enmarcan la ciudad de San Carlos de Bariloche.
Somun Cura en mapuche significa Piedra que Habla, aquella que habla a través del viento que recorre sus cañadones de basalto. Aislada geográfica y temporalmente del paisaje circundante, alberga una gran variedad de endemismos y leyendas que le confieren su enigmática belleza. En esta tierra de contrastes sorprendentes, reinan el viento, la piedra y las espinas, coexistiendo con manantiales que brotan de sus entrañas regando de vida los pequeños oasis donde viven sus escasos pero cálidos habitantes. Aquellos que sin saber quienes éramos nos abrieron las puertas de sus casas y de sus almas, compartiendo sus historias siempre acompañadas de unos buenos mates amargos y algo rico para comer. Muchos se sorprendían al vernos, especialmente cuando se percataban que uno de nosotros era mujer ya que en estos tiempos las mujeres de campo no acostumbran a andar a caballo como cuando era el único medio de transporte.El primer día la inexperiencia nos invadió de nerviosismo y dudas, que se disiparon tras descansar a la sombra del Cerro Tapiruque en compañia de Doña Manquelé, cuyos mates,historias y rogativas nos aliviaron los dolores y los miedos. Así, seguimos nuestro camino acomodándonos a los tiempos de nuestros caballos y de la naturaleza.
Al quinto día nuestros rumbos se dividieron, Celso fue hacia el sur , a Prahuaniyeu y nosotros,
hacia el oeste. Al ocultarse el sol en el regazo de los cerros, quedamos bañados en un espectáculo
de colores... rojos, anaranjados, rosados, fucsias y violetas... que danzaron al son del silencio hasta
desaparecer y dejarnos a oscuras y sin aliento. Esa noche, cuando flaqueaban nuestras fuerzas, la
luz de un farolito a kerosene nos guió hacia un puesto donde compartimos el puchero con dos
hermanos cuyas caras ajadas por el sol, el viento y el frío parecían salidas de un capitulo
del Martín Fierro.



Puesto a puesto fuimos conociendo mas a la gente de este lugar, como Don Sandoval que a pesar de volver cansado de su recorrida diaria por el campo, nos cruzo una extensa planicie donde el único relieve era una manada de caballos cimarrones.
La familia Marín, que nos alojó, brindándonos una cena tan sabrosa como la información acerca de los puestos que íbamos a cruzar en nuestro recorrido. Los Ancao, que dieron sombra, pasto y agua a nuestros nobles caballos, mientrasconversamos acerca de la cultura del pueblo mapuche y de su preocupación por mantenerla viva a través del lenguaje y del arte.

Al llegar a Aguada de Guerra, otro de los tantos pueblos fantasmas a orillas de las vías del tren, donde los automovilistas que circulan por la polvorienta ruta 23 ni siquiera se detienen a cargar
combustible, conocimos a Doña Huenche con sus 76 años de vida sacrificada en el campo pero de sonrisa y alma tan radiantes como las de una chica de veinte. Tuvimos el privilegio de continuar nuestro viaje acompañados por una rogativa que hizo mirando al cielo y en su lengua mapuche para que estuviésemos protegidos.
A partir de este punto, gran parte de nuestro trayecto fue siguiendo el tendido de las vías... así llegamos a Maquinchao, en cuyos alrededores se encuentran los campos más fértiles de la zona, lo cual desde principios de siglo convirtió a este lugar en un punto obligado de paso para las tropas
de carros que se dirigían de la precordillera hacia la costa. Al llegar al mismo pedimos permiso para pasar la noche en lo que aparentaba ser la Sociedad Rural. Allí el maestro Omar y sus alumnos nos alojaron en lo que antiguamente había sido la Sociedad Rural. Esta al ser abandonada
por muchos años termino siéndole donada a la escuela hogar, transformándose con el esfuerzo de los alumnos y su maestro, en una gran huerta y vivero que provee de verduras y flores no solo a la gente del pueblo sino también a otras localidades vecinas. Esa noche nos homenajearon con un cordero y muchísimo calor humano. A pocos kilómetros del pueblo pasamos por la Estancia Maquinchao, una de las estancias más importantes y de las pocas que siguen en funcionamiento en toda la región, en la cual se cría en forma extensiva el tradicional ganado ovino y vacuno, como así también al autóctono guanaco que en los últimos años se ha cotizado por su lana de excelente calidad. Allí Don Mongocho, a pesar de su gripe, herró por primera vez al mas viejo de nuestros caballos y nos ofreció su casita para que pasáramos la noche.
Afortunadamente pudimos seguir un buen tramo por adentro de la estancia, atravesando los mallines surcados por pequeños arroyos que regaban de verde todo el paisaje. Fuimos sorprendidos por una tormenta tan terrible que en cuestión de minutos nos empapo y enloqueció a los caballos, pero afortunadamente ncontramos abrigo en el puesto de Don Horacio Manquilef, quien con su familia nos alojó dos días hasta que se nos secaron las cosas que habian quedado
hechas sopa.

Llegar a Ing. Jacobacci fue terrible, especialmente por tener que ir bordeando la ruta con el viento patagónico en contra que soplaba sin tregua y el cual a la entrada del pueblo hacía volar como enloquecidas miles de bolsas de plástico que aterrorizaron a nuestros caballos de campo. Esa noche nos alojo una familia muy humilde que estaban de cuidadores del viejo matadero.
Ingeniero Jacobacci nuclea la mayor población de toda la línea sur y de su estación salen las vías del trencito de trocha angosta, La Trochita, cuyo recorrido llega hasta la precordillera de Esquel,
siendo un gran atractivo para el turismo extranjero, aunque hace muchos años ya que su humeante chimenea no llega a Jacobacci, por las razones económicas de siempre.
De Jacobacci a Clemente Onelli, el camino transcurrió salpicado de hermosos mallines con buenas pasturas, pero con la desolación de las grandes estancias abandonadas como la de Huenu Luan.
En Clemente Onelli el Comisionado de Fomento nos prestó una casita para pasar la noche y nos contó de las penurias de un pueblo abandonada de la mano de Dios.
Al día siguiente atravesamos el imponente Cañadón de la Viuda con una llovizna fina y un silencio que solamente osaban interrumpir los pájaros, hasta llegar a una estancia donde los peones estaban separando y marcando las ovejas para luego llevarlas a sus respectivos cuadros.
Con ellos cenamos y alojamos en un enorme galpón rodeados de grandes rollos de lana.

Hasta Comallo, acompañados de un sol radiante atravesamos numerosos mallines donde ovejas, vacas y caballos pastaban hasta el hartazgo. Al llegar al pueblo un muchacho que vivía en las casitas del ferrocarril nos consiguió el permiso para dejar los caballos en un viejo corral que se
usaba como prisión para los caballos cuyos dueños dejaban sueltos por el pueblo.
Esa fue nuestra ultima tarde de viaje ya que al día siguiente llegamos al campo del INTA en Pilcaniyeu Viejo a unos 60 kilómetros de Bariloche, donde pudimos dejar a nuestros nobles compañeros recuperando fuerzas antes de ser llevados de regreso a Ramos Mexia.
La última tarde cayó con su paleta de colores pincelando el paisaje .... tomé un puñado de tierra y en silencio agradecí al viento a la lluvia, al sol, al arroyo, a la tierra, y a toda la gente que nos abrió las puertas de sus casas y de sus almas.....por habernos dado la oportunidad de llegar a destino con los caballos sanos, y con el alma mas viva que nunca en esta tierra que cautivó y seguirá cautivando el espiritu de todos aquellos que tuvieron el privilegio de conocerla.


** Fotografía Jorge Hermet